miércoles, 27 de febrero de 2013

Siempre a las cinco

Él , de entrados años,colocaba siempre , dos tazas sobre la mesa, la tetera, dos servilletas tiernamente dispuestas . Todo para el té. Tomaba apaciblemente el suyo , solo. Pero siempre miraba su reloj, a cada instante, como esperando a alguien. Todos los días la misma rutina. Colocar las tazas, tomar el té y luego retirar todo triste, pero esperanzadamente. Una rosa en la mesa y tantas historias por contar. Cierto día, era ya la hora y las tazas no estuvieron en la mesa. Todo lo cubrió el polvo y el olvido, más la rosa la entregó a su amada. Eran las cinco.

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