miércoles, 10 de abril de 2013

La ciudad se desangra y parece que no hay nadie. Más la risa en la avenida de los estudiantes , y los hombres que besan la flor del estanque. Los marineros que partieron , en el mudo instante de los pañuelos. Las mujeres que los lloran, tras el horizonte de trigo. Los veremos volar, dice una mientras aprieta su foto frente al pecho. Los derechos que tienen entonces las aves, de llevar nuestros sueños, hacia un mañana de azúcar, de tiempo de algodón . Y la marea de gente que toma entre sus manos a aquéllos pájaros de ensueño. Recibirán claveles, la tarde de los encuentros. Un candelabro encendido, en medio del desierto. La púrpura ilusión de la magnolia que canta, desde los balcones de la casa en que dormita, aquélla razón de vivir , sino la vida. 

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